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Proyecto de la ONG Kasfro financiado por: ESPS Escuela Europea Parasanitaria

Al examinar la construcción del circulo de crédito kallawaya hemos presentado los diversos momentos históricos captados a partir de las fuentes disponibles. En ese sentido, el ciclo lo iniciamos con el reconocimiento de los Incas por los servicios prestados en materia médica y colaboración estratégica en la incursión al territorio yunga y chuncho; mostramos cómo esos conocimientos, pero sobre todo prácticas de carácter prehispánico se convierten en un elemento de sospecha de idolatría en el siglo XVII. Las mismas, salen a la luz a raíz de un encarnizado pleito que enfrenta a los kuraka kallawaya descendientes del Inca Canauqui.

 

A partir de ello observamos que la extirpación de las idolatrías fue un proceso aplicado a nivel de los hogares y particularmente a través del control y adoctrinamiento de los jóvenes miembros de las élites dirigentes kallawaya. Durante el período colonial las competencias médicas, alabadas durante los Incas, lejos de ser un factor positivo se convierten en un descrédito. Tal es así, que los kallawaya a lo largo de la época colonial hasta bien entrado el siglo XX son obligados a llevar una cruz en el pecho exhibiendo una supuesta adhesión al catolicismo. Parecería extraño considerar en el ciclo, estas coyunturas de descrédito por prácticas idolátricas, pero justamente es necesario observarlas a la luz de los nuevos procesos para comprender como inician y reconquistan el crédito perdido una vez iniciada la Nueva República.

 

Aprovechando la libertad civil, reinician los viajes para efectuar curaciones exitosas por el continente. A partir de ello se insertan en un proceso de transformación de una forma de credibilidad en otra. Como nunca los kallawaya invierten el crédito ganado en los palacios en las cosas más inéditas para su época, Acostumbrados a la innovación debido a su espíritu investigativo algunos kallawaya trasladan a sus hijos hasta Lima para ofrecerles educación en momentos en que era una de las reivindicaciones indígenas más sentidas. Al mismo tiempo, no temen la modernidad y se procuran más de un objeto o nueva tecnología en un afán de acumular «muestras materiales» de civilización en sus hogares. La adopción de símbolos externos de modernidad, conduce a más de un kallawaya a abandonar gran parte del atuendo tradicional (particularmente en Chajaya y Canlaya), para adoptar vestimenta occidental, pero jamás abandonar la bolsa tejida destinada a llevar medicamentos, llamado capacho.

El lamentable estado de los hospitales, la lenta organización del sistema de salud y la inestabilidad de sus administrativos, origina que el kallawaya encuentre un espacio lo suficientemente amplio para sus curaciones. Pero lo que sorprende, es la capacidad de concitar la atención de los círculos sociales donde más discriminación se hace al indígena.

 
 

Se abordaron las múltiples denominaciones de los kallawaya mostrando que éstas no son neutras y más bien que han funcionado para desacreditar, estigmatizar y discriminar negativamente a los médicos. En otros contextos y en otros países, más bien, se crean nuevas designaciones ligadas a las bondades de las plantas medicinales y rituales que ellos utilizaban. El nombre del grupo posiblemente tenga una estrecha relación con esos atributos. En todo caso, algunas de las designaciones connotan y evocan para los usuarios credibilidad.

También se han visto algunas curaciones de carácter «excepcional» o «sensacional» por su carácter exitoso, a partir de las cuales acumulan credibilidad entre las élites dirigentes del continente. Aún a costa de admitir el pillaje de sus conocimientos por los médicos y estudiosos convencionales, por el sólo hecho de conseguir la legitimidad de un sistema que los rechaza y fustiga durante varios siglos. No sólo por una discriminación social, sino también por la incapacidad cultural de comprender otro sistema de medicina. Sería erróneo considerar que el único fin de las curaciones kallawaya es la compensación monetaria, pues sabemos que sus clientes en su gran mayoría indígenas carecen de un buen nivel de recursos económicos.

 

En todo caso, el éxito de las curaciones realizadas a lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX es invertido para iniciar la lucha por la primera legislación de la medicina tradicional de América. Proceso al que se unen diversos grupos étnicos del país, adhiriéndose los kallawaya. Claro, aportando con el peso historia al proceso. De ahí que uno de sus miembros haya sido quien legisle sobre el tema y obtenga cierta libertad de ejercicio. Quince anos después, el objetivo de la actividad es conseguir seguridad jurídica acompañada del respeto y la dignidad que se merecen por parte de los médicos convencionales detentadores del aparato de la administración de la medicina en Bolivia.

A lo largo del ciclo de crédito, los kallawaya eligen estrategias de comportamiento, tienen diversas posiciones y cada miembro ha conocido trayectorias distintas. Al evocar estos elementos deseamos significar que ellos no han seguido un modelo único de comportamiento, es decir no han organizado sus vidas en torno al ciclo. No son individuos dedicados ha calcular las acciones con el objeto de maximizar beneficios. Mas bien sucedió una sedimentación de su accionar a lo largo de los siglos. Esto es, la acumulación de crédito y descrédito de manera intermitente.

Se habrá visto entonces cómo las acreditaciones por parte de los más altos dignatarios de las Repúblicas del Perú (Leguía, 1908-1912) y Bolivia (Hertzog, 1947-1949) les otorgan seguridad para el ejercicio, debido que su capital cultural ha sido objetivado al obtener una certificación creíble. Ese capital es invertido en otras curaciones en un ámbito nuevo. En efecto, sanan al Presidente Augusto Leguía bajo la mirada vigilante de médicos y farmacéuticos que sopesarán la efectividad de la curación, sin posibilidades de desautorizarla. Pero, lejos de reconocerla, se apropian del medicamentos y los comercializan. En todo caso, es a partir de estas intervenciones que alcanzan posiciones en el seno de las élites dirigentes, quienes los consultan —como lo siguen haciendo hoy en día los políticos en el país.

El capital acumulado a lo largo del siglo XIX y XX es finalmente invertido en la legalización de la medicina tradicional. Momento difícil, cuando los médicos convencionales lejos de reconocer los aportes de los kallawaya, hacen resaltar el descrédito de la que han sido objeto, al calificarlos como brujos, es decir retomando una caracterización del siglo XVI, todavía viva en la memoria de diversos grupos sociales en el país, la cual resurge intermitentemente cuando plantean reivindicaciones. El peso de la estigmatizacíón ha sido de tal magnitud, que muchos hijos y nietos de kallawaya han decidido cortar radicalmente con su pasado e insertarse a otros campos de actividad.

Pero, la estigmatizacíón va acompañada a su vez del descrédito. De una parte, son los propios médicos convencionales empeñados en minimizar su accionar que magnifican la carencia de certificaciones académicas y consecuentemente los invalidan, aún sabiendo la gran aceptación en la población. De otra parte, el descrédito es causado por aquellos que asumen la identidad de kallawaya para aprovecharla, sin necesariamente pertenecer al grupo. Es decir, adoptan una identidad para aprovechar un mercado consolidado con fines de efectuar curaciones con pretensiones mercantiles. Hoy en día, los kallawaya se hallan justamente viviendo la usurpación, de su identidad y la invasión de su mercado tradicional.

La nominación de la Cosmovisión de la Cultura Kallawaya como Obra Maestra del Patrimonio Oral e
Intangible de la Humanidad, es la obtención de un capital de credibilidad ganado a lo largo de los siglos. Ese
capital total les permitirá, según las necesidades del grupo, sortear las nuevas condiciones institucionales y
nuevas presiones producto de configuraciones socio-políticas inéditas en el continente. Entre tanto, los kallawaya
continúan haciendo ciencia de acuerdo a su propia concepción, aún a riesgo de que su trabajo sea entendido
de un modo mágico o místico.                                                                                           

 De los ayllus kallawaya al mundo

En París el 7 de noviembre de 2003, la unesco proclamó la ciencia y cosmovisión del pueblo kallawaya como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Fue un momento de verdadera mutación: considerado una figura oscura, el hechicero perseguido por los extirpadores de las idolatrías del siglo XVI y hostigado por las autoridades bolivianas hasta fines del siglo XX, se convierte repentinamente en un arquetipo. Esta metamorfosis de los religiosos médicos y herbolarios asentados en los valles próximos a la cordillera de Apolobamba, en la provincia Bautista Saavedra al norte del departamento de La Paz, es el fruto de un triple proceso que simboliza claramente los avances logrados por los pueblos indígenas de Los Andes.

En primer lugar, un largo accionar y lucha, en numerosas etapas, a través de las cuales los kallawaya, ya sea agrupados o individualmente, construyeron un capital social movilizando recursos en virtud de los conocimientos que poseen, de sus redes de relaciones, reconocimiento social de una práctica médica y religiosa más o menos tolerada en la actual sociedad boliviana1. Pero además movilizando en su favor y en determinados momentos una serie de apoyos, de garantías, de influencias para ejercer libremente su oficio ancestral en una sociedad occidentalizada que irremediablemente los fue marginando sin reconocer que sus conocimientos ayudan a satisfacer muchas necesidades sanitarias del país. A pesar de ello, hoy en día, continúan siendo un grupo social autónomo compuesto mayoritariamente por descendientes de los antiguos pueblos prehispánicos que poblaron el norte de La Paz, con territorio propio, reconocido y claramente identificado como «diferente» por sus vecinos quechuas y aymarás, incluidos aquellos que están muy cerca de la actual frontera boliviano-peruana.

Se distinguen efectivamente de sus vecinos por un conjunto de rasgos, tales como la lengua, muchas veces por la vestimenta, el modo de vida, la itinerancia con fines de aplicación y adquisición de otros conocimientos. Pero posiblemente, sobresale en ese conjunto de rasgos la viva conciencia de su identidad, confundida muchas veces con el orgullo y la distancia que tiene frente a los otros grupos indígenas, mestizos y blancos2, al mismo tiempo confundida por e/ enserio métodoíógíco adoptado en ef censo 2001 con relación a la autodeclaración de pueblo originario, el mismo que pretendió solapadamente inflar la identificación étnica en función de los grupos mayoritariamente aymara y quechua.

En todo caso, ellos poseen un capital simbólico acumulado, el cual se traduce en el prestigio y la percepción que tienen las otras etnias, quiénes los pueden reconocer rápidamente por sus coloridos ponchos listados sobre un fondo de un inconfundible rojo o las bolsas finamente tejidas para cargar sus plantas y variados objetos con fines curativos, ceremoniales y litúrgicos. Su sola presencia infunde respeto, sin necesidad de exhibir efectivamente la dimensión de su capital total y la legitimidad de su poder3. De hecho, se ha llegado a afirmar que «son temidos por los indios, quienes les brindan todo género de distinciones, los alojan bien, les obsequian y jamás se atreven a sustraer nada de las abultadas y misteriosas bolsas que llevan consigo»4, pues comprenden que son los Qolla Kapachayuj o los grandes señores de las bolsas medicinales.

De ellos se espera sabiduría para resolver sus problemas, dolencias y preocupaciones, pero también auxilio para elevar sus ofrendas a los dioses-antepasados míticos andinos.

A nivel de la provincia Bautista Saavedra muchos son cuatrilingües: la mayoría hablan más quechua (79.22%) que aymara (17.5%) y una minoría, especialmente, mujeres (2.95%) conocen el castellano u otra lengua indígena (0.27%). Para muchas ceremonias, curaciones y en ocasiones especiales emplean su propia lengua todavía la conocen algunos varones5.

Según la literatura etnográfica y lingüística se trataría de la lengua puquina", pero los hablantes se empeñan en negar este aserto y utilizan la denominación de machaq-juyay asociándola a la «lengua secreta de los Incas» sin entrar en debate optamos por emplear en éste libro la designación de los actores sociales, a pesar que la misma no ha sido reconocida oficialmente7.

En segundo lugar, intervino en la decisión un cambio en la valoración de los conocimientos científicos de los indígenas pues de manera progresiva la sociedad occidental empieza a tomar en serio sus conocimientos en diversos campos, particularmente la medicina, con expectativas de aportes a las ciencias biomédicas convencionales. Finalmente, también contribuyeron las reivindicaciones del movimiento indígena internacional que en Solivia ha alcanzado presencia y relevancia en la agenda política nacional, conduciendo a las élites dirigentes a repensar la predominancia indígena en el país. Por esta razón cabe preguntarse: ¿Cuáles son las coyunturas socio-políticas que permitieron que la ciencia de los kallawaya pueda ser «preservada» a pesar de la dominación colonial? ¿En qué medida la práctica de su ciencia cohesiona la identidad del grupo? ¿Cómo los kallawaya han podido finalmente emanciparse y llegar a obtener la distinción de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad? Podemos preguntarnos también; ¿Se trata acaso, de una candidatura impuesta desde el Estado o más bien ella se enlaza con las acciones que ejecutaron ellos para alcanzar el reconocimiento de una práctica más libre y un trato más digno?

Quedará claro a lo largo del libro, que el Estado boliviano sólo jugó el rol de intermediario para la presentación de la candidatura ante la unesco, porque la distinción obtenida es la culminación de un gran ciclo de crédito kallawaya caracterizado por la inversión en credibilidad científica durante siglos en el campo de la salud del continente.8 La ventaja al operar con la noción de ciclo es que nos libera de la necesidad de especificar la motivación última que hay detrás de la actividad social que se observa. Mientras que la noción de credibilidad —en el sentido que le otorga el sociólogo francés Fierre Bourdieau— nos facilita la síntesis de nociones económicas (como dinero, presupuesto y beneficios) y epistemológicas (como certeza, duda y prueba). El ciclo de crédito, con sus rupturas y quiebres, sus cortes y cambios, nos permite observar en qué medida su historia no es simplemente el resultado de imposiciones y dominación, sino más bien, que esos cambios les permiten innovar, adaptarse para articular la respuesta del grupo o de algunos miembros del mismo, frente a diversas situaciones socio-políticas,

Tres fases del ciclo de crédito

Se impone entonces, y por encima de todo, una primera fase en la que obtienen credibilidad con los Incas, convirtiéndose en sus médicos-religiosos, herbolarios y los honran como portadores de sus andas en momentos de paseo y armonización9. Ese crédito lo reinvierten después de la invasión española para obtener más aceptación, prestigio y fama debido al excepcional manejo de la farmacopea y un conjunto de varios procedimientos de curación simbólica (ligada a las terapias psicológicas y psiquiátricas)10, revelándose ante los ojos de quienes detentan el poder de la ciencia colonial como practicantes de un conocimiento verdadero. Sin embargo, la posibilidad del ejercicio fue extremadamente difícil porque fueron rápidamente asociados a los hechiceros, sufriendo restricciones para el ejercicio porque estuvieron sometidos a la tributación y la servidumbre. Al mismo tiempo, la itinerancia es drásticamente restringida para evitar fugas que reduzcan el ingreso de las contribuciones a la Corona de Castilla.

Una segunda fase se caracteriza por el arte de los kallawaya para traspasar las fronteras de las nuevas repúblicas, apenas derrotado el colonialismo hispano. El proceso migratorio les dio la posibilidad de alcanzar potenciales mercados para las curaciones, pues las condiciones estaban dadas después de la traumática y sangrienta Guerra de la Independencia (1811-1825). Cuando los hospitales estaban en ruinas, crisis y totalmente desbordados con enfermos, heridos y pobres que buscaban refugio a pesar del costo de atención y los privilegios que gozaban las tropas militares e independentistas11. De ahí que la población civil se hallaba librada a su suerte y en búsqueda de los médicos indígenas quienes tuvieron ocasión de realizar múltiples curaciones a partir de las cuales materializaron sus réditos. Fue también una ocasión para que los kallawaya ostentaran sus conocimientos por villorrios, mercados, plazas y palacios del continente. Al extremo de provocar interés en los viajeros, médicos e intelectuales extranjeros interesados en los peculiares y misteriosos itinerantes. Este aspecto influyó notablemente para que una parcela de sus conocimientos, aquella que ha tenido más gloria: el reconocimiento conseguido entre 1881 y 1886 a través de la primera oleada de kallawaya que realizó la memorable curación de la malaria durante la apertura del Canal de Panamá12. Esa curación sirvió de garantía para que los científicos bolivianos y franceses se interesaran en consultarlos acerca de la farmacopea. Y, ese saber sea objetivado rápida y difícilmente en una suerte de herbario que fue expuesto en la Exposition Universelle de París entre 1889 y 1891.

No sabemos por el momento, cuál fue la participación de los kallawaya en las guerras internacionales, aspecto que queda abierto para una futura investigación. Sin embargo sabemos por fuentes orales que tuvieron una destacada actuación en la guerra que enfrentó a Bolivia y Paraguay por el territorio del Chaco (1932-1935). Ellos fueron reclutados como soldados, pero ante la falta de atención tuvieron que curar a las tropas mayoritariamente indígenas que estaban en el frente de combate y caían irremediablemente enfermas y agonizantes por la defensa del territorio. Algunos kallawaya inclusive fueron reclutados con el grado de sanitarios13.

Una tercera fase, posterior a la Revolución de 1952 cuando se dan cambios trascendentales en el sistema socio-político imperante en Bolivia, particularmente con la Reforma Agraria que altera profundamente las relaciones de subordinación a ía que estaban sometidos, al mismo tiempo que crea nuevas expectativas en el mercado laboral, razón por la cual muchos kallawaya aprovechan para intensificar su tradicional arte en joyería para migrar a la sede de gobierno14; mientras que algunos, los más arrojados, se proponen alcanzar las universidades para profesionalizarse (particularmente el ayllu de Canlaya)15. Es en ese contexto de cambio, los que optaron por seguir siendo kallawaya operaron de manera compleja en el campo de la salud, convirtiendo ese espacio en escenario de relaciones de fuerza y de luchas encaminadas a un reconocimiento de su oficio que no fuera meramente nominal, sino que más bien cobrara un carácter jurídico a través de disposiciones concretas para el ejercicio libre de su profesión. En ese sentido, revalorizan la experiencia vivida por el grupo; luego alimentan y afirman su identidad en la fama alcanzada por sus predecesores a nivel del continente y finalmente, a partir de esos elementos reorganizan los recursos acumulados para plantear varios reconocimientos que en esa época estaban básicamente orientados a obtener legalidad de la práctica para evitar los abusos, extorsiones y maltratos.

Los kallawaya establecen alianzas con otros grupos étnicos y aprovechan el escenario del Primer Congreso Campesino de Bolivia donde se funda la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (csutcb) en junio de 1979. Allí, un kallawaya —Dr. Walter Alvarez Quispe— asume la cartera de Secretario de Salud y se propone defender la medicina indígena y la religión andina. En noviembre de ese año, se establecen lazos con una organización de Iglesia Católica para el reconocimiento de la medicina tradicional16. De ese proceso nace la iniciativa de legislar sobre el tema, sin siquiera imaginar que el proceso sería duro, largo y altamente resistido. En todo caso, se llega a la creación del Instituto Boliviano de Medicina Tradicional Kallawaya (Ley de 9 de abril de 1987) y la declaratoria de la provincia Bautista Saavedra como Capital de la Medicina Tradicional de Bolivia (Ley de 9 de abril de 1987). A partir de ello, se realizan numerosas actividades a nivel nacional hasta llegar a cristalizar finalmente la candidatura presentada en octubre del 2002, ante la UNESCO17. A pesar de la magnitud de la distinción, no nos equivoquemos, el proceso de reivindicación ante las autoridades bolivianas, particularmente las de salud, está lejos de haber terminado.

Al evocar este ciclo de credibilidad —adoptando una noción de la antropología de la ciencia— pretendemos iluminar la experiencia y la conciencia de las fuerzas de los kallawaya en momentos históricamente situados entre los siglos XV y XXI. Sobre todo, el enfoque adoptado persigue restituir su accionar y documentarlo. Para ello utilizaremos las imágenes esbozadas por los viajeros y las descripciones e interpretaciones de los investigadores. Por supuesto sin caer en la visión dicotómica y equivocada que pretende evidenciar las «imágenes pre-científicas de las científicas»18 porque la objetividad no es la misma en el siglo XIX que en el siglo XXI y los autores escribieron convencidos de que sus observaciones eran absolutamente científicas. Lo que significa que simplemente nos toca situarlos en el contexto social de su producción considerando la temporalidad del discurso. Tampoco se intenta atomizar las descripciones a partir de una lectura que opone mito y realidad, olvidando que los mitos en Los Andes dan coherencia a las explicaciones históricas o simplemente a la realidad que desborda a miles de indígenas sumidos en la más extrema pobreza.

Evidentemente, este libro no pretende abarcar toda la gama de experiencias que envuelven su ciencia para realizar curaciones, aliviar a los individuos de sus pesares, miedos y otros a través de las curaciones rituales y las múltiples facetas de sus diversas actividades a través de los siglos (empresa que sería imposible y estaría mal concebida). Lejos de nuestro propósito esta abordar la filosofía que mueve a los kallawaya a preservar el medio ambiente y los cuidados que prodigan a la naturaleza, comprendidos en las múltiples ceremonias y fiestas que le dedican. Tampoco pretendemos dar cuenta de las ideas de los diversos autores que durante siglos han plasmado sus opiniones y observaciones, empresa que parcialmente fue cubierta por la importante obra del Doctor Rolando Costa Ardúz: Compilación de estudios sobre medicina kallawaya.

Lo que deseamos es definir cómo actuaron los kallawaya frente al desafío que les impuso el orden colonial español y republicano para conservar su ciencia y presentarla ante la unesco. Al narrar esta historia esperamos alcanzar tres objetivos relacionados entre sí. En primer lugar, explorar en qué medida la práctica discursiva de los individuos externos al grupo (intelectuales, viajeros o investigadores) influyó en la estructuración del gran ciclo de crédito de los kallawaya. Y es ahí, donde tiene sentido explorar las transformaciones que producen los discursos y la fuerza de la palabra escrita. Con la salvedad de que este estudio considera los discursos, sin que ello signifique abstraerse del contexto y el significado histórico concreto. De ahí que este acercamiento se aproxima a la propuesta del filósofo francés Michel Foucault en el sentido que los discursos merecen ser leídos como prácticas que forman sistemáticamente los objetos de los que hablan. Cierto, los discursos están hechos de signos, pero lo que hacen es más que utilizar estos signos para designar las cosas y transformarlas20. En ese sentido merece particular atención leer el discurso oficial de quienes han tenido en sus manos la sorprendentemente débil legislación sobre medicina tradicional en Bolivia para ver en qué medida existe una articulación con el ciclo de crédito kallawaya.

En segundo lugar, deseamos demostrar que los kallawaya, contrariamente a la opinión generalizada, no ha sido un grupo pasivo, más bien su actividad está ligada a los movimientos reivindicativos indígenas, con características particulares. En efecto, ellos optaron por situar su lucha en el plano de la confrontación de los conocimientos médicos, en la objetivación de la experimentación y facticidad de los hechos científicos. «Siempre las hierbas manejamos. Hay que saber de donde conseguir. Por ejemplo, la mitad viene de Argentina, Brasil y Perú. Nosotros mismos tomamos y experimentamos, no lo hacemos en pacientes»21. Y en ese punto habría que decir, siguiendo a Gastón Bachelard: el hecho científico se conquista, construye y comprueba, labor a la que han dedicado su vida los kallawaya. He ahí una diferencia radical con otros pueblos como los quechuas y aymarás que optaron más bien por acciones políticas destinadas a revertir el orden colonial a través de manifestaciones violentas de gran envergadura, utilizando también para ello, entre otras, las formas más variadas de resistencia, las prácticas contestatarias cotidianas, las estrategias y recursos jurídicos.

Justamente, el conocimiento de los kallawaya es generador de una tensión constante con los detentadores de la ciencia colonial a lo largo del continente y es esa tensión la que atraviesa los siglos y se convierte en hilo conductor de las narraciones que expondremos en este libro. Por último, esperamos utilizar la experiencia de los kallawaya para traer a colación reflexiones más generales acerca del abordaje de los hechos científicos y de los escollos que se presentan al no contar con textos que den cuenta de las inversiones, trayectorias y créditos o recompensas alcanzadas por el diversos continentes. De ahí, la necesidad de acudir a los relatos de los propios actores sociales que participaron de esos procesos o los descendientes directos de aquellos que lucharon sin las armas de guerra, pero fueron capaces de provocar el estruendo social con más de una notable curación ya sea por su complejidad o por haber sido realizada a algunos personajes importante — por la posición que ocupan y el poder que detentan en la sociedad, por ejemplo presidentes de las repúblicas, ministros, parlamentarios entre otros—. Muy tempranamente se ve una relación estrecha con las élites dirigentes porque es una vía importantísima para procurarse aval y seguridad. Además, las élites en algunos de sus segmentos son tributarias de sus servicios para procurarse ayudas sobrenaturales para alcanzar el poder y la prosperidad. También, los kallawaya son solicitados para resolver más de un problema afectivo que atinge a todos los grupos sociales por igual. "C. Loza - 2003"

Proyecto para la difusión de la cultura Kallawaya de la ONG Kasfro financiado por: Escuela Europea Parasanitaria